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Automóviles con destinos trágicos


Automóvil. ¿Qué es un automóvil?

El automóvil, según se suele definir, es un vehículo autopropulsado de transporte de personas y mercancías que no necesita carriles para moverse de un lugar a otro. Esa es una definición clásica y de cierta manera es un lugar común.

La enorme mayoría de los automóviles, millones y millones de ellos, cubren de mejor o peor manera sus funciones, nos agobian cuando nos rodean y atrasan en las calles y carreteras y luego, años más, años menos, desaparecen, convertidos en chatarra, para ser sustituidos inmediatamente por otros muy parecidos y usualmente más costosos.

Son, como casi todas las cosas e incluso infinidad de personas, flores de un día. Pero algunos de ellos, muy pocos en realidad, generalmente por avatares del diseño, de la ley, de la política, del arte o de la pura casualidad, que así es la vida, quedan como íconos de la historia. Son supervivientes que han ganado ese derecho por haber formado parte, involuntaria y casualmente, de acciones y decisiones humanas en su mayoría trágicas.

Recordemos, como de pasada, algunos de esos vehículos que, gracias a la tragedia, de uno, de algunos o de muchos, viven con nosotros en el recuerdo y la imaginería popular.

El Dodge 3700 GT de 1973

El Dodge 3700 GT de 1973 en el que viajaba el almirante Luis Carrero Blanco, presidente nominal de España durante el gobierno del Generalísimo Francisco Franco.

El auto fue volado el 20 de diciembre de 1973 en horas de la mañana por una enorme carga explosiva que levantó una buena parte de la calle y envió el vehículo hasta el techo (lo sobrepasó, unos 20 metros de altura, y cayó luego hacia un patio interior) de la denominada Casa Profesa, un anexo de la Iglesia de San Francisco de Borja, en Madrid, donde Carrero acababa de asistir a misa. La banda terrorista ETA fue la autora del atentado y los ejecutantes directos nunca fueron a la cárcel por este hecho, aunque sus nombres y alias llegaron a conocerse y publicarse.

Si tomamos en cuenta la magnitud de la explosión y la increíble distancia a la que fue proyectado, el automóvil demostró estar muy bien construido, al extremo de que dos de sus tres ocupantes, el chofer y un guardaespaldas de Carrero, sobrevivieron por un breve período de tiempo (minutos) a la brutal explosión y la subsiguiente concusión. Es muy probable, se nos ocurre, que ya hoy no se fabrique nada así.

Lincoln Continental modelo 1941

Lincoln Continental modelo 1941 que manejaba Sonny Corleone cuando es ametrallado en un peaje de carreteras de Nueva York. Es ficción (la cinta, no el auto), esa magnífica e inolvidable ficción de la trilogía de The Godfather, pero forma parte desde hace tiempo del acervo cultural de una buena parte de la población del planeta. Y, por cierto, no dejemos fuera de esta lista el Alfa Romeo 6C 2500 de 1946 donde pulverizan inmisericordemente a la bella Apollonia Vitelli-Corleone, la joven y recién estrenada esposa siciliana del por entonces fugitivo Michael Corleone.

Se puede hacer, y se ha hecho, un estudio sobre la recreación de los diferentes modelos de autos que aparecen en esta saga cinematográfica.

Pero conformémonos por hoy con estos dos.

El dominicano Porfirio Rubirosa Ariza no vino de la nada. Su padre era general y diplomático, lo que facilitó hasta cierto punto la carrera de viajero inveterado, inescrupuloso arribista y gigoló del hijo. Lo cierto es que Porfirio enamoró, en sentido figurado, al dictador Rafael Leónidas Trujillo y le sirvió con fidelidad hasta el final de la vida de este. También conquistó con desvergüenza y maestría (Y según Truman Capote con el enorme tamaño de su pene) a innumerables mujeres, sobre todo señoras famosas y millonarias con las que solía casarse.

Nos dejó de herencia, que sepamos, una sola frase brillante: «Casi todo el mundo quiere hacer dinero, yo prefiero gastarlo». Dicen que los creadores de James Bond se inspiraron, en parte, en su personalidad y su prestancia.

Todo le funcionó de maravilla hasta que los frenos (o el alcoholismo de «Porfy») de su Ferrari 250 GT convertible construido en 1963 le traicionaron proyectándolo contra un roble. Tenía 56 años, vivió a lo grande y murió, guiando un Ferrari, en el Bosque de Bolonia de París.

Unas cuantas bellezas le lloraron. ¿Qué más se podía pedir?

Unos años antes, el antiguo jefe y protector de Rubirosa, el tirano Trujillo, conocido también por «Chapitas», había sido muerto por un grupo de sus propios subalternos en una carretera de la capital dominicana. El Chevrolet BelAir azul celeste modelo 1957 en el que se desplazaba quedó hecho un colador.

Pero seamos justos con la historia. El hombre, un tipo sádico y pervertido, murió peleando como un hombre.

¡Ah, otro detalle! Trujillo podía haber tenido cualquier automóvil, un Cadillac blindado, un Mercedes Benz del año, una limousine, lo que fuera, pero lo cierto es que adoraba su Chevrolet ya un poco pasado de moda. ¡Qué ironía!

De vez en cuando aparecen bólidos literarios, escritores que en muy pocos años recorren el camino que a otros les lleva mucho tiempo o simplemente no logran terminar. Al arribar a los cuarenta años, y en plenitud de facultades, el Franco argelino Albert Camus ya era mundialmente conocido. A los 44, en 1957, ganó el Premio Nobel de Literatura y se convirtió en un referente intelectual de la equidistancia entre la izquierda y la derecha políticas.

A los 47 años (1960) murió instantáneamente cuando el lujosísimo Facel-Vega FV3B modelo 1958, conducido por el sobrino del editor Gaston Gallimard, sufrió el reventón de una goma delantera y se estrelló a gran velocidad contra un árbol en la carretera de Borgoña, muy cerca del pueblo de La Chapelle Champigny, Francia.

El automóvil se partió en tres pedazos. Siempre ha existido la versión, nunca probada, de que la KGB soviética tuvo algo que ver con el accidente.

El día antes de su muerte, escribiendo involuntariamente su propio epitafio, Camus dijo: «No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto». Cierto.

El pintor estadounidense Jackson Pollock, una estrella de primer orden de su generación artística, y uno de esos verdaderos creadores con los que los coleccionistas y galeristas de arte hacen millones, murió aún más joven que Camus. Tenía solo 44 años cuando a altísima velocidad, el 11 de agosto de 1956, volcó su Oldsmobile convertible de 1954 en una carretera secundaria de Springs, Nueva York.

Guiar vertiginosamente estando borracho como una cuba, y pintar, fueron sus dos pasiones. La primera de ellas lo mató. La segunda lo hizo inmortal.

En este Graf & Stift Double Phaeton descapotable de cuatro cilindros construido en 1910 murieron solo dos personas, pero esas muertes condujeron a la desgracia de millones más, convirtiendo a este pretérito vehículo en uno de los más trágicos de la cruenta historia de la humanidad.


Los dos muertos, asesinados a balazos por un terrorista, fueron Francisco Fernando, Archiduque de Austria-Este, heredero del trono Austrohúngaro y su esposa la Condesa Sofía Chotek. Este magnicidio aceleró la declaración de guerra de Austria contra Serbia que desencadenó la gigantesca carnicería que fue la Primera Guerra Mundial.

Usted puede ver personalmente hoy este viejo automóvil, muy bien conservado, eso sí, en el Museo de Historia Militar de Viena. Una curiosidad: el museo vienés donde se encuentra expuesto el vehículo fue intensamente bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial y muchos de los objetos expuestos fueron destruidos o seriamente dañados. Al auto de marras no le pasó absolutamente nada. ¿Suerte?

Solo tres películas filmó James Byron Dean en su corta carrera: Al este del Edén; Rebelde sin causa, y Gigante (hizo de extra en otras cuatro que poco merecen recordarse) y eso bastó para convertirlo en una figura icónica del cine. Jimmy era un tipo amable pero un poco raro, bajito y bizco, pero con un magnetismo especial en la pantalla.

Y tenía una pasión. Su Porsche Spyder 550 de 1954. El 30 de septiembre de 1955 Dean, acompañado de su mecánico, guiaba a velocidad bastante moderada su Porsche por la carretera de Cholame, California, cuando en el cruce 41-46 se le atravesó a gran velocidad una camioneta Ford Tudor. No pudo o no supo esquivarla y se estrelló frontalmente contra ella por el lado izquierdo. James Dean murió instantáneamente al rompérsele el cuello.

El Porsche, muy inseguro en aquel tiempo, se deshizo. Tanto el mecánico del auto de James Dean como el chofer de la camioneta sobrevivieron, aunque con heridas de cierta consideración.

Dos horas antes del fatídico encontronazo le habían puesto un ticket a Dean por exceso de velocidad. Por eso decidió ir un poco más despacio.

La leyenda cuenta que el actor Alec Guinness le había vaticinado a Dean que se mataría en ese auto: «Jimmy, no conduzcas ese coche, con él te vas a matar antes de una semana» dicen que le dijo. Otros actores y amigos de Dean, la cantante Eartha Kitt y la actriz Ursula Andress entre ellos, se habían negado a acompañarlo en paseos con el susodicho vehículo al que él mismo llamaba cariñosamente «My Little Bastard». Es probable que la razón no fuera el automóvil en sí mismo sino la mala visión y lo errático del manejo del propio Dean.

Por cierto, el mecánico y entrenador Rolf Wutherich, que casi inexplicablemente sobrevivió para contar el accidente, murió en un choque de carretera en Alemania en 1981.

El 23 de febrero de 1958 un comando revolucionario que luchaba contra el dictador Fulgencio Batista secuestró en un hotel de La Habana al campeón mundial de automovilismo de Fórmula 1 Juan Manuel Fangio. La razón declarada del secuestro era evitar la celebración, al día siguiente, 24 de febrero, en el circuito del Malecón de La Habana, del Segundo Gran Premio Automovilístico de Cuba, una competencia con puntuación para el campeonato del Mundo que Fangio ya había ganado incuestionablemente el año anterior.

A pesar del secuestro, que funcionó como un mecanismo de relojería y sin ninguna efusión de sangre, el gobierno decidió seguir adelante con el evento. Pero el nerviosismo, los temores y los malos augurios flotaban en el ambiente.


Y ocurrió la tragedia. En la sexta vuelta (de 100) el Ferrari Special número 54 del corredor cubano Alberto García Cifuentes patinó, perdió el control y se precipitó sobre la multitud. El balance final fue de seis muertos y algo más de treinta heridos graves.

La carrera fue suspendida inmediatamente. El plan revolucionario, por tanto, se cumplió, pero por la vía más inesperada y trágica. Juan Manuel Fangio fue devuelto esa misma noche a la embajada argentina en La Habana. Sano y salvo. Veinte años después, con la revolución en el poder, Juan Manuel Fangio volvería a Cuba invitado por sus secuestradores.

Cosas de la política.

Revolucionario, a su manera, era también el mexicano José Doroteo Arango Arámbula, mundialmente conocido como Pancho Villa, uno de los pocos guerreros que se ha atrevido, entre otras muchas cosas atrevidas, a invadir los Estados Unidos, dejando por detrás en llamas la pequeña ciudad de Columbus, en Nuevo México.

No entraremos en detalles de la compleja y violenta historia de la Revolución Mexicana en la que Villa jugó un papel de primer orden. Solo mencionaremos el hecho de que las luchas, a veces intestinas, a veces abiertas, de las diferentes facciones solían terminar en batallas campales, ejecuciones sumarias y asesinatos.

En el caso de Pancho Villa esas pugnas hacen eclosión una vez más cuando aparentemente este se ha retirado a la vida civil y a la atención de su hacienda de Canutillo, en Durango. Los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, que conocen muy bien a Villa, y detentan el poder en la capital del país, temen un nuevo regreso de este a las armas y deciden eliminarlo.

El 20 de julio de 1923, cuando Villa se dirige acompañado por sus guardaespaldas y su secretario particular a una fiesta dada en su honor en Parral, Chihuahua, es asesinado a balazos por un grupo de pistoleros comandados por el coronel Lara, un mercenario al que le pagarán, se dice, $50,000.

El cadáver destrozado de Pancho Villa quedó colgando de una puerta de su amado automóvil, su juguete preferido, un Dodge con capota abatible de 1921. Nunca Villa había sido alcanzado por los asesinos, que fueron muchos, mientras anduvo a caballo. Al “Centauro del Norte”, otro de sus motes, no le resultó favorable la modernización vehicular.

Las divas del arte, sobre todo las de la danza y el cine, no siempre han tenido una relación amable con los vehículos de motor.

Los dos hijos (Patrick y Deirdre) de la formidable ballerina Isadora Duncan murieron ahogados cuando el auto marca Argyll de 1912 en el que viajaban cayó a al río Sena en 1913. En 1927 le tocó a ella.

El 14 de setiembre de 1927, de paseo en Niza con uno de sus muchos amantes, Isadora Duncan viajaba en un Amilcar GS de fabricación francesa, modelo de 1924, cuando la estola pintada a mano, un echarpe de seda, que llevaba al cuello se enredó en los radios de la rueda trasera izquierda del vehículo, estrangulándola fulminantemente.

La lengua viperina de Gertrude Stein emitió este epitafio: «La afectación, mi amiga, puede ser muy peligrosa».

Entre Catorce horas, de 1951 y Alta sociedad, de 1956 solo hubo otras nueve películas, pero bastaron para convertir a Grace Patricia Kelly en una gran estrella de Hollywood, una estrella de verdad, con un Oscar (La angustia de vivir) y dos Globos de Oro. Pero el 16 de abril de 1956 todo eso se acabó y ella pasó a llamarse Princesa Serenísima Grace de Mónaco Grimaldi. Un cuento de hadas.

A los 52 años, en 1982, su Rover P6 de 1981 la mató en una curva de una carretera de montaña cerca de Mónaco.

¿Iba ella realmente guiando el coche o era su hija?

Nunca lo sabremos.

A Vera Jayne Palmer nadie la conoce, pero si decimos su nombre artístico, Jayne Mansfield, la cosa cambia. Jayne vivió rápido, muy rápido e intensamente. Hizo teatro, publicidad, modelaje, televisión, 29 películas, posó varias veces en portadas y artículos centrales de la revista Playboy (Fue una de las playmates más populares de su tiempo), ganó un Golden Globe, un Golden Laurel y un Theatre World Award, trabajó en night clubs y ganó mucho dinero, tocaba el piano, algo de violín y cantaba con bastante afinación. Una joya.

¡Ah! Y se casó tres veces y tuvo cinco, sí, cinco hijos.


Todo terminó cuando a su lujoso Buick Electra 225 de 1966 se le ocurrió meterse, a alta velocidad, debajo del tráiler de un camión cuando viajaban de noche en la carretera entre Biloxi y Nueva Orleans. La cama del tráiler, que literalmente arrancó el techo del auto en que viajaba Jayne, casi la decapita. Su llamativo rostro quedó irreconocible.

Tenía al morir 34 años. ¿Si eso no es vivir rápido?

Decir «Garganta Profunda» es mencionar a la película pornográfica más vista y comentada de la historia del cine, y de paso, es hablar, tangencialmente, del Caso Watergate.

Pues bien, la estrella de esa cinta fue una muchacha de cara ovalada y cuerpo esbelto, nacida en Yonkers, Nueva York, hija de un policía, que conoció la pobreza, el abuso marital e incluso la prostitución. Se llamaba Linda Susan Boreman. Pero todo eso cambió cuando Linda se convirtió en Linda Lovelace y filmó, de la mano del productor y director Gerard Damiano, aquel fenómeno de éxito que ya mencionamos: Garganta Profunda.


Un fenómeno de éxito que se debió, en buena medida, a la censura. Los ataques del gobierno norteamericano a la película produjeron, no podía ser de otra forma, que cientos de miles de personas se interesaran por verla. Pero ese es otro tema. Lo cierto es que Linda no supo aprovechar ese éxito y su vida volvió a hundirse en los problemas.

El 22 de abril del año 2002 el pequeño Ford que manejaba Linda quedó fuera de control y se volcó, matándola. Tenía 54 años, vivía sola y no era feliz.

Cambiemos de tema, o mejor, de personaje.

George S. Patton fue un gran general. Un hombre nacido en 1885, en la época de los caballos y las cargas de caballería, se convirtió en un líder nato y extraordinariamente creativo de fuerzas blindadas. “Sangre y agallas”, el mote que le pusieron sus propios soldados, en muchas cosas se adelantó a su tiempo.

Pero como no era perfecto, nadie lo es, se las ingenió para buscarse problemas con casi todo el mundo, desde soldados de filas a los que puteó e incluso pegó, hasta sus superiores (Eisenhower, Montgomery) e incluso gobiernos extranjeros (La Unión Soviética de Stalin). Se ha dicho que tenía cierta tendencia a la depresión, o que sus actitudes eran bipolares. En fin, la realidad es que, como enemigo, en la guerra, era temible, pero en la paz se encontraba fuera de ambiente.

El 8 de diciembre de 1945, mientras circulaba por una calle de una pequeña población de la Alemania ocupada, el Cadillac 1944 modificado para usos militares en el que viajaba el general chocó, a muy baja velocidad, con un camión militar que estaba cruzando la vía. El accidente no tuvo mayor importancia y de hecho todos los acompañantes de Patton sufrieron solo lesiones leves, pero el general quedó paralizado del cuello hacia abajo por una lesión en las vértebras cervicales. Doce días después moría por un fallo cardiaco.

Patton, que era partidario del enfrentamiento militar con los rusos y lo decía a quien quisiera oírlo, resultaba muy incómodo para el mando supremo norteamericano. No hay la menor prueba de que el accidente que le costó la vida fuera provocado por alguien externo, pero cada cierto tiempo surge una nueva teoría conspirativa.

El tiempo dirá, o no.

El Oldsmobile Delmont 88 de 1967 cayó de costado al agua del estrecho de Chappaquiddick, en la punta este de la isla de Martha’s Vineyard, Massachusetts. El auto, después de golpear el agua en la noche oscura, flotó brevemente y bruscamente se volteó. Entonces, con lentitud, se fue hundiendo dejando salir de su interior una cascada de burbujas.

Uno de sus dos ocupantes, el Senador federal de los Estados Unidos Ted Kennedy, se las ingenió para salir del vehículo y regresar al camino. Lo que ocurrió hasta la mañana siguiente nunca ha sido completamente aclarado pero lo cierto es que la otra persona dentro del vehículo, la joven de 28 años Mary Jo Kopechne, no pudo ser salvada y aparentemente murió ahogada, o peor, sofocada al terminarse el oxígeno dentro de la cápsula de aire que se formó dentro del automóvil.

No hubo autopsia legal del cuerpo de la muchacha, Ted Kennedy recibió una sentencia suspendida por negligencia y su carrera hacia la presidencia de los Estados Unidos se vio definitivamente cortada. La magnífica escritora Joyce Carol Oates ha escrito una novela sobre el tema (hay entre 15 y 20 libros más que no son de ficción). La recomiendo.

Que la ficción a veces nos hace más luz que la propia historia.

¿Se acuerdan de “Noelia”, o “Te quiero, te quiero”, “Cartas amarillas”, “Libre”, “Un beso y una flor”. “Esa será mi casa”, “Es el viento”… para qué seguir? Ese es Luis Manuel Ferris Llopis, pero para nosotros y para el mundo es Nino Bravo.

De dependiente de la cafetería del aeropuerto de Valencia, Nino Bravo saltó a la fama internacional en solo cuatro años. Un hecho curioso: Nino, al momento de morir, tenía mucho más éxito en Latinoamérica que en la propia España, aunque ya se estaba imponiendo allí por la fuerza de su voz y la calidad de sus canciones.

El 16 de abril de 1973 Nino debía viajar a Madrid desde Valencia para una sesión de grabaciones. Usualmente lo hacía en avión, pero pocos días antes había comprado un BMW 2800 del año 1970 y quería probarlo, digámoslo mejor, quería correrlo y demostrar a sus amigos la gran potencia del vehículo. Era un carro de segunda mano, pero en magníficas condiciones y con muy poco kilometraje. A poca distancia del pueblo de Villarubio Nino perdió el control del auto, que se salió de la autopista y dio dos vueltas de campana. Nino Bravo, el cantante, murió en la ambulancia (tenía un hemoneumotórax bilateral y otras lesiones abdominales) pero Nino Bravo, la leyenda, nació en ese instante.

La voz de tenor dramático de Nino Bravo es imponente. Vuelva a escucharlo. Trae recuerdos, buenos recuerdos.

Correr automóviles a velocidades de vértigo, correrlos profesionalmente es riesgoso, quizás no tanto como en los tiempos dorados de los Ascari y los Portago, pero no deja de ser una apuesta contra el destino.

Ayrton Senna da Silva ganó el campeonato mundial de Fórmula 1 tres veces. Para muchos conocedores del mundo del automovilismo fue el piloto con mejor técnica y el más dominante de la historia de este deporte.

Se pudiera hablar de Juan Manuel Fangio, pero Senna murió a los 34 años, casi seguro en su mejor momento en las pistas. Aunque eso nunca lo sabremos, pudo, de haber seguido como iba, haber superado al propio Fangio. Es, además, uno de los deportistas más conocidos, admirados y queridos en el mundo, no solo en su natal Brasil, donde es un dios, por lo menos tanto como Pelé y Maradona.

La competencia del Gran Premio de San Marino 1994, en Imola, comenzó mal desde las prácticas. El día antes de la largada se había matado el corredor austriaco Roland Ratzenberger, lo que afectó a todos los participantes. Al comenzar la carrera hubo un accidente en la vuelta 6 que le hizo perder tiempo a todos los competidores y puso ansioso a Senna que estaba buscando un buen puntaje para lograr su cuarto campeonato del mundo.

En la vuelta 7 (curva de Tamburello) el Williams FW 16 de Senna siguió inexplicablemente en línea recta y golpeó el muro de contención a casi 300 kilómetros por hora. Un pedazo de metal atravesó el casco del joven como si fuera una bala y le destrozó el cerebro.

Hasta el año 2007 la empresa Williams no aceptó que el accidente se produjo por la mala calidad de la barra de suspensión del vehículo que, al partirse, le hizo perder a Senna el control del carro en la curva. Un millón, o más de personas asistieron a su entierro en la ciudad de Sao Paulo.

El actor californiano Paul Walker hizo su carrera cinematográfica y televisiva alrededor de los automóviles de alta gama y gran velocidad. Su saga “Fast & Furious” termina en la película número siete, y no continúa porque Paul, su carismático personaje principal, ya no está para darle vida.

El accidente en el que perdió la vida no ocurrió en una competencia de velocidad o en la filmación de una película de aventuras sino en una calle cualquiera del barrio de Valencia, un lugar periférico de la ciudad de Santa Clarita, California. Como paradoja final, Paul Walker viajaba como pasajero en el Porsche Carrera GT 2005 rojo de su propiedad. El vehículo, que se desplazaba a relativamente poca velocidad, colisionó contra un poste eléctrico al tener, al parecer, un problema mecánico. El Porsche explotó y los cuerpos de los dos jóvenes quedaron irreconocibles.

Hay un viejo y algo vulgar dicho cubano que dice “que lo que está para ti…”

¿Accidente, negligencia, irresponsabilidad criminal, persecución de la prensa, asesinato, conspiración de estado?

Todas esas sospechas y teorías, y muchas más, se han manejado profusamente en el catastrófico final de la joven y noble británica Diana Frances Spencer, para todos la Princesa Diana, o mejor, Lady Di.

Se ha escrito tanto sobre el tremendo impacto del Mercedes Benz S280 negro de 1995 con la decimotercera columna del túnel de la Place de l’Alma, en París, a 190 kilómetros por hora, que corremos el riesgo de ser redundantes. Lo cierto es que Diana, que sufrió traumatismos internos gravísimos (entre ellos el desplazamiento del corazón hacia el lado derecho con desgarro del pericardio y de las arterias pulmonares) luchó por su vida durante casi cuatro horas.

Lo último que he leído es que el auto había sufrido un accidente anterior y se le iba a dar de baja de la flota del hotel Ritz. Digo mal, esa información es la penúltima, porque Diana de Gales seguirá siendo noticia por mucho tiempo.

No tanto como Diana de Gales, pero también mundialmente conocidos, aunque por causas muy diferentes, son la pareja formada por Bonnie Elizabeth Parker y Clyde Champion Barrow, Bonnie and Clyde.

Delincuentes de poca monta, se convirtieron en muy poco tiempo, cuatro años cortos, en los criminales más buscados de los Estados Unidos. Se desplazaban de un estado al otro en el mítico Ford V8 B400 coupe de 1932 al que le cambiaban las placas constantemente.

En ese mismo coche serían emboscados y muertos por la policía, en un camino secundario, el 16 de enero de 1934. Se contaron 170 orificios de bala en el auto. Clyde murió inmediatamente. Bonnie tuvo tiempo de gritar. El cadáver de Clyde presentaba unos 40 orificios de bala y el de Bonnie tenía entre 50 y 60 heridas penetrantes según el médico forense, pero cosa curiosa, aun sostenía firmemente en la mano derecha el sándwich de jamón que estaba desayunando.

Murió con hambre.

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